De la infancia y los terrores del amigo imaginario.

Póster Oficial

El cine de terror de bajo presupuesto de repente aparece con gratas sorpresas para el género ya que deja de lado los efectos especiales para enfocarse en sus historias, mismas que pueden llevarnos por una especie de serie b totalmente deschavetada o mostrarnos un relato interesante que se enfoca más en ser una especie de drama con tintes terroríficos. 

Esto último sucede ya muy frecuentemente en cintas como El Legado del Diablo (Heredittary, Aster, 2018), La Bruja (The Witch, Eggers, 2015), The Babadook (Kent, 2014), o Relic (James, 2020), donde el terror parece convertirse en un recurso para explotar ciertos dramas familiares, deconstruir ciertos temores inherentes en el núcleo social por excelencia y nos llevan a lecciones y reflexiones interesantes a través de ellos. 

Con estos antecedentes en mente, el director Brandon Chsitensen hace esta cinta original para Shudder llamada Z, aprovechando esta ola del denominado “cine de horror de arte” por algunos para explotar justo estos temas de la infancia rota, del descuido parental y las consecuencias psicológicas derivadas de ello, todo gracias a la presencia de un amigo imaginario muy particular. 

El relato nos presenta a la típica familia armoniosa donde la madre, Beth (Keegan Connor Tracy) cuida de su hijo Josh (Jett Klyne) al lado de su siempre trabajador esposo Kevin (Sean Rogerson). Pero esta aparente felicidad comienza a verse perturbada por la aparición de un amigo imaginario llamado Z, quien poco a poco va provocando comportamientos extraños y violentos en el niño que nos llevarán a revelaciones extrañas en un thriller psicológico con buenas intenciones pero una ejecución mediana.

Una de las cosas más destacadas en el filme es la ambientación. La casa, la paleta de colores y los juegos de sombras ayudan al espectador a sentir una sensación de incomodidad que va creciendo poco a poco dentro de la casa de esta familia así como de la cambiante actitud del pequeño Joshua. 

Esto, aunado a la musicalización correcta de Brittany Allen, crean esta atmósfera necesaria que ayuda a meternos una constante duda entre la delgada línea de las amistades imaginarias y los estragos psicológicos que está familia parece cargar entre las sombras. 

Otro punto interesante se divide en las actuaciones tanto del joven actor Jett Klyne con un Josh que refleja las perturbaciones de un infante abandonado a su suerte que se convierte en una especie de ser malvado que toma voz y vida propia a través de un amigo imaginario intrigante. 

Pero es Keegan Connor Tracy y su Beth quien se lleva las palmas con su personaje en esta cinta, ya que somos testigos de este descenso hacia la locura que le provoca ver a su hijo así de mal, mismo que nos va mostrando a esta madre luchando por lo que más quiere hasta darle un pequeño giro con un quiebre mental inesperado que acaba por mostrar un cambio radical en lo que su personaje representa y cuestiona a la vez.

Sin embargo, lo que le quita fuerza a la película es el guion, mismo que está lleno de buenas ideas pero que no es concluyente no resuelve muchas cosas, dejándolas al aire y a veces no siendo tan claro en ellas. Y es que de inicio, lo que pareciera una historia de un ente demoníaco que representa algún problema de la infancia se convierte en algo que, si bien se puede tornar interesante, pierde la fuerza en un último acto bastante flojo. 

El querer hablar de los problemas de los niños, la mala crianza y los abusos es algo que se siente en la historia coescrita por el director y su colega Colin Minihan pero tristemente no concreta ninguna idea realmente clara. También, ese giro que le da a Z es interesante pero causa ciertos problemas e inconsistencias en su mismo relato y la manera de llevar a ese monstruo. 

Hablando de Z, el diseño de la criatura que casi no vemos deja mucho que desear. Si bien en el dibujo que vemos en la pared del cuarto de Joshua se ve imponente, acechante y causa tremendas reminiscencias al Babadook de Jennifer Kent, al verlo en concreto no se distingue del todo bien, lo cual no juega muy a favor de ese miedo que buscaba generar en el filme y lo inclina al uso simplón del clásico jump scares en el género que juegan más en detrimento de un relato que ofrece buenas cosas pero no acaba por cerrar bien su idea. 

Así, Z se convierte en una historia  que no deja de ser intrigante al tener sus pros en el planteamiento de la psique humana y de cómo a veces los amigos imaginarios pueden ser unas voces oscuras que no sólo buscan llamar la atención de un niño, sino que pueden ser un grito de ayuda, un escape de algo tan oscuro que puede convertirse en algo mucho más monstruoso que una criatura, en una sombra eterna de las marcas del pasado.

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